Artícle publicat al diari informació d’Alacant el passat dia 29/03:
Han leído bien el título: esto es un manifiesto. Y nace como consecuencia de reconsiderar mi inveterada actitud personal de "buey suelto bien se lame", hasta abocarme a desterrarla. A la vejez viruelas, dirán algunos; más vale tarde que nunca, digo yo. Y como pertenezco a esa tribu de escritores impúdicos que sólo saben comunicarse echando su vida sobre el papel hoy vengo a contarles que, contra todo lo que he sostenido hasta la fecha, a partir de ahora tendré carné de un partido político; si me aceptan, digo. Ya, ya sé que es un cambio radical de actitud, y por eso voy a tratar de sintetizar las razones que lo han provocado.
Tal vez, porque nunca pude conocer a mi tío Ángel ni a mi tío abuelo Mateo, que murieron lejos de España, exiliados por rodar documentales republicanos durante la guerra. Tal vez, porque me crié a la sombra del penal de Chinchilla, viendo cada día bajar a las mujeres de los presos políticos a rebuscar carbonilla en las vías del tren para intentar calentar a sus hijos que se morían de frío, hambre y diarreas en las cuevas de la falda del castillo, esperando que sus padres acabaran de morir muros adentro. Tal vez, porque docenas de veces vi llegar a mi casa derrapando el camión militar del Rincón con una pila de hombres ensangrentados en la caja para que mi padre los remendase o certificara su defunción, y eran presos políticos aplastados por el derrumbe de las galerías terreras que excavaban en el cerro para almacenar bombas, con guardias armados y perros de presa apostados en la bocamina. O porque, cuando inauguraron esos polvorines, asistí a la misa solemne oficiada por el obispo dentro de una galería, con un obús a cada lado del altar y los presos de rodillas. O porque, muerto mi padre, encontré los informes de autopsias que describían cadáveres comidos de piojos y cicatrices de torturas, sin rastro de alimento en el cuerpo, los pulmones deshechos por la tisis y el tiro de la "ley de fugas" con trayectoria de entrada por la espalda y de salida por el pecho.
Supongo que con este carné intento, también, pagar deudas antiguas. La que tengo con la Somo, mi amiga prohibida, hija de un condenado a muerte por Franco. Y con las hijas de los mozos de tren, que venían a merendar y a jugar con muñecas a mi casa de niña rica con lazo de seda en el pelo y criadas a su servicio en los años del hambre y la miseria. Y con "las gratuitas" de mi colegio de monjas, que tenían prohibido el acceso al patio de recreo para que no contaminaran a las hijas de familias de bien. Y tantas y tantas amargas deudas más, que llevo toda la vida arrastrando como una carga de plomo.
Voy a cumplir 68 años, edad más de comer sopas frente a la tele que de embarcarse en aventuras políticas. Pero ya ven, el cuerpo (aunque lo tenga hecho unos zorros) me pide marcha. Y en vez de dársela bailoteando en Benidorm con los yayos del Inserso, se la quiero dar con la militancia activa. Una militancia que no va a cambiar un centímetro mi forma de pensar, actuar y escribir porque responde a una ideología completamente coincidente con la mía. Si bien se mira, este cambio mío viene a ser como esa fruta que de puro madura se cae del árbol: estaba cantado.
Porque una se harta de votar, sin carné, tapándose las narices por aquéllo del voto útil. De apoyar, sin obligación ni mucho menos contraprestación alguna, a candidatos/as que, cuando no salen elegidos/as, en vez de quedarse a luchar más y mejor en la oposición corren a colocarse en un puestecico bien remunerado. Una se harta de apaños, componendas, corrupciones, enmierdes interesados, voluntades pagadas, silencios cómplices, subidas de sueldo a cambio de dar luz verde a operaciones especulativas aberrantes. Se harta de que "la oposición" le deje las manos libres (o se ponga a sus órdenes, que también) a un comprador de servidumbres que ejerce con prepotencia e impunidad absolutas de amo y señor de la ciudad y sus políticos. Alguna honrosa excepción hay entre estos socialistas de boquilla que nos ha tocado sufrir, yo no lo niego: pero son tan poquitas y con tan poco cuajo que, salvo algún improbable milagro, nos queda PP hasta el día del juicio final, tirando por lo bajo. Y qué quieren que les diga: con mi voto, ya no. Porque votar es refrendar una línea, apoyar unas acciones, respaldar unas actitudes, confiar en unos dirigentes. Y como se vota en conciencia, la mía ya no me deja seguir metiendo en una urna la papeleta pretendidamente "de izquierdas" que tantas veces ha defraudado al pueblo, por activa y por pasiva.
Así que me voy a donde mejor le cuadra a mi modo de ser montaraz y rebelde: a las barricadas. Supongo que este primer (y último) carné político mío tiene que ver no sólo con la ética, sino también con la estética. Porque la decisión de pedirlo me ronda desde que entrevisté, entre otros, a Benedetti, Julio Anguita, Antonio Gades, Carrillo y la semana pasada Marcos Ana, en quienes encontré la coherencia, energía, limpieza y honradez que en los demás no encuentro. Porque en esta Comunidad de nuestros dolores los políticos, seguros de que van a salir exculpados, se jactan de sus imputaciones judiciales como si fueran medallas, dilapidan los dineros públicos en festorros y adjudicaciones a sus amiguetes, y hasta sufragan con ellos falseamientos de la Historia como ese libelo indecente editado por Fabra que califica de angelito redentor a un militar traidor, golpista y asesino que ensangrentó España durante cuarenta años. Demasiado para mi cuerpo, oigan.
Y supongo también, todo hay que decirlo, que quiero ese carné para que, cuando me incineren, a pie de crematorio aguarde un camarada con su banderica republicana bien doblada en la mano, para envolver con ella mis cenizas y arrimarse a dejarlas a la sombra del castillo de Chinchilla, junto al dolor de las víctimas de Franco y el polvo enamorado del hijo que allí tengo esperándome, arropado por la bandera del Ché. Resumiendo: que, si me aceptan, me voy con los rojeras de Esquerra Unida, ea. Vieja y todo, digo yo que de algo aún les podré servir.
Tal vez, porque nunca pude conocer a mi tío Ángel ni a mi tío abuelo Mateo, que murieron lejos de España, exiliados por rodar documentales republicanos durante la guerra. Tal vez, porque me crié a la sombra del penal de Chinchilla, viendo cada día bajar a las mujeres de los presos políticos a rebuscar carbonilla en las vías del tren para intentar calentar a sus hijos que se morían de frío, hambre y diarreas en las cuevas de la falda del castillo, esperando que sus padres acabaran de morir muros adentro. Tal vez, porque docenas de veces vi llegar a mi casa derrapando el camión militar del Rincón con una pila de hombres ensangrentados en la caja para que mi padre los remendase o certificara su defunción, y eran presos políticos aplastados por el derrumbe de las galerías terreras que excavaban en el cerro para almacenar bombas, con guardias armados y perros de presa apostados en la bocamina. O porque, cuando inauguraron esos polvorines, asistí a la misa solemne oficiada por el obispo dentro de una galería, con un obús a cada lado del altar y los presos de rodillas. O porque, muerto mi padre, encontré los informes de autopsias que describían cadáveres comidos de piojos y cicatrices de torturas, sin rastro de alimento en el cuerpo, los pulmones deshechos por la tisis y el tiro de la "ley de fugas" con trayectoria de entrada por la espalda y de salida por el pecho.
Supongo que con este carné intento, también, pagar deudas antiguas. La que tengo con la Somo, mi amiga prohibida, hija de un condenado a muerte por Franco. Y con las hijas de los mozos de tren, que venían a merendar y a jugar con muñecas a mi casa de niña rica con lazo de seda en el pelo y criadas a su servicio en los años del hambre y la miseria. Y con "las gratuitas" de mi colegio de monjas, que tenían prohibido el acceso al patio de recreo para que no contaminaran a las hijas de familias de bien. Y tantas y tantas amargas deudas más, que llevo toda la vida arrastrando como una carga de plomo.
Voy a cumplir 68 años, edad más de comer sopas frente a la tele que de embarcarse en aventuras políticas. Pero ya ven, el cuerpo (aunque lo tenga hecho unos zorros) me pide marcha. Y en vez de dársela bailoteando en Benidorm con los yayos del Inserso, se la quiero dar con la militancia activa. Una militancia que no va a cambiar un centímetro mi forma de pensar, actuar y escribir porque responde a una ideología completamente coincidente con la mía. Si bien se mira, este cambio mío viene a ser como esa fruta que de puro madura se cae del árbol: estaba cantado.
Porque una se harta de votar, sin carné, tapándose las narices por aquéllo del voto útil. De apoyar, sin obligación ni mucho menos contraprestación alguna, a candidatos/as que, cuando no salen elegidos/as, en vez de quedarse a luchar más y mejor en la oposición corren a colocarse en un puestecico bien remunerado. Una se harta de apaños, componendas, corrupciones, enmierdes interesados, voluntades pagadas, silencios cómplices, subidas de sueldo a cambio de dar luz verde a operaciones especulativas aberrantes. Se harta de que "la oposición" le deje las manos libres (o se ponga a sus órdenes, que también) a un comprador de servidumbres que ejerce con prepotencia e impunidad absolutas de amo y señor de la ciudad y sus políticos. Alguna honrosa excepción hay entre estos socialistas de boquilla que nos ha tocado sufrir, yo no lo niego: pero son tan poquitas y con tan poco cuajo que, salvo algún improbable milagro, nos queda PP hasta el día del juicio final, tirando por lo bajo. Y qué quieren que les diga: con mi voto, ya no. Porque votar es refrendar una línea, apoyar unas acciones, respaldar unas actitudes, confiar en unos dirigentes. Y como se vota en conciencia, la mía ya no me deja seguir metiendo en una urna la papeleta pretendidamente "de izquierdas" que tantas veces ha defraudado al pueblo, por activa y por pasiva.
Así que me voy a donde mejor le cuadra a mi modo de ser montaraz y rebelde: a las barricadas. Supongo que este primer (y último) carné político mío tiene que ver no sólo con la ética, sino también con la estética. Porque la decisión de pedirlo me ronda desde que entrevisté, entre otros, a Benedetti, Julio Anguita, Antonio Gades, Carrillo y la semana pasada Marcos Ana, en quienes encontré la coherencia, energía, limpieza y honradez que en los demás no encuentro. Porque en esta Comunidad de nuestros dolores los políticos, seguros de que van a salir exculpados, se jactan de sus imputaciones judiciales como si fueran medallas, dilapidan los dineros públicos en festorros y adjudicaciones a sus amiguetes, y hasta sufragan con ellos falseamientos de la Historia como ese libelo indecente editado por Fabra que califica de angelito redentor a un militar traidor, golpista y asesino que ensangrentó España durante cuarenta años. Demasiado para mi cuerpo, oigan.
Y supongo también, todo hay que decirlo, que quiero ese carné para que, cuando me incineren, a pie de crematorio aguarde un camarada con su banderica republicana bien doblada en la mano, para envolver con ella mis cenizas y arrimarse a dejarlas a la sombra del castillo de Chinchilla, junto al dolor de las víctimas de Franco y el polvo enamorado del hijo que allí tengo esperándome, arropado por la bandera del Ché. Resumiendo: que, si me aceptan, me voy con los rojeras de Esquerra Unida, ea. Vieja y todo, digo yo que de algo aún les podré servir.
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